La única defensa razonable ante el cambio climático es la reducción
drástica de emisiones de dióxido de carbono cambiando el sistema
energético y por tanto el económico, renunciando a la devoradora
filosofía de desarrollo sin limites. Se ha calculado que la
estabilización de la concentración efectiva de C02 en la atmósfera
requiere la reducción de emisiones de origen energético al 70% del nivel
de 1990 para el año 2020, y aun así dicha estabilización sólo tendría
lugar una década después con una cantidad de dióxido de carbono un 8%
mayor que en 1990.
Sin embargo, no es menos cierto que la
satisfacción de las necesidades básicas del Tercer Mundo, formado por el
80% de la humanidad y donde tiene lugar el 90% del aumento de
población, conlleva un crecimiento de la demanda energética que podría
alcanzar un 4 0 5% anual en las actuales condiciones. Para dar salida a
ambas prioridades hay que aplicar simultáneamente dos estrategias: el
ahorro de energía mediante la racionalización del uso y el empleo de
tecnologías eficientes, y obtención de la energía imprescindible por
métodos renovables de bajo impacto ambiental. Todo ello dentro de un
necesario cambio de modos de vida, reduciendo el consumo en el Norte
para que el Sur tenga margen para aumentar el suyo hasta niveles dignos.
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